Una tristeza profunda y un vacío insustituible llenan mi corazón al enterarme del fallecimiento del papa Francisco. Hoy, en su paso hacia la inmortalidad, rendimos homenaje a un hombre que no solo fue líder de la Iglesia Católica, sino un verdadero apóstol del amor y la humanidad. El papa Francisco, con su humildad y autenticidad, nos acercó a la fe católica de una manera nueva y vibrante. Su generosidad de espíritu se reflejó en su profundo compromiso con los humildes, los migrantes y aquellos que han sido olvidados por una sociedad que, a menudo, prioriza el beneficio personal sobre el bienestar colectivo. Su mensaje resonó con un amor que trasciende barreras, recordándonos que todos somos hijos de Dios. Su acogida incondicional hacia el colectivo LGBTIQ+ fue un testimonio poderoso de su creencia en que el amor es el lenguaje universal. Como él mismo dijo: "El amor siempre es más fuerte que cualquier división." Nos enseñó que la dignidad y la compasión son esenciales en nuestra interacción con los demás, independientemente de cómo se identifiquen. Su llamado a atender a los hambrientos nos recordó que "la indiferencia es el peor pecado" y que la verdadera fe se manifiesta en actos de amor hacia quienes más lo necesitan. Su capacidad de ver a Cristo en cada rostro nos inspiró a ser mejores, a practicar la empatía y la comprensión en todos los aspectos de nuestras vidas. Hoy, cuando miro al cielo, siento que su luz brilla intensamente, guiando y cuidando de nosotros desde lo alto. Querido papa Francisco, tu amor omnipresente y tu voluntad de servir a los más vulnerables dejarán una huella imborrable en el corazón de la humanidad. Con el corazón desgarrado y llenándome de lágrimas, te agradezco de todo corazón por haber sido un faro de esperanza y fe en mi vida. Gracias por recordarnos la importancia de amar sin límites, de abrazar a los que están heridos y de nunca dejar de buscar la paz en nuestro mundo. Que descanses en la paz de Dios, querido papa, pues tu legado de amor perdurará en nosotros eternamente.